Me deja de piedra que en los premios Goya siempre hagan un monólogo o algún tipo de introducción parecida a una disculpa por tener que “perder el tiempo” entregando un premio, de alguna manera obligado, en una ceremonia hecha para largometrajes. Y me alucina que sean actores como Cristina Castaño o Ernesto Sevilla quienes den su brazo a torcer para hacerlo, ya que ellos mismos han trabajado en cortometrajes, y lo hacen bastante a menudo.
Pero la cosa es que tampoco los productores necesitan “disculpas”, pues es bastante frecuente ver cortos producidos por ellos mismos, mismamente Enrique López Lavigne posó con Rodrigo Sorogoyen al recoger el Goya por “Madre” bien orgulloso de su trabajo.
¿Tal vez el mensaje esté destinado al público que desde sus casas lo ven? No sé, pero tal y como lo vendió Cristina Castaño en esta edición, da la sensación de que los cortometrajistas somos niños pequeños jugando con la cámara de papá… -“…sus madres les hacen bocadillos…” – decía en ese monólogo. No sé en sus producciones, pero por lo general los cortometrajistas tienen una producción idéntica a la de los largometrajistas, incluyendo un catering contratado, y muy posiblemente el mismo que contratan las grandes producciones españolas.
Creo que la idea del cortometraje se tergiversa con este tipo de actuaciones. Los cortos profesionales tienen el mejor equipo técnico, mantienen el papeleo de forma legal frente a la seguridad social, y se lleva exactamente el mismo protocolo que en un largo, y en la mayoría de los casos el cortometraje supera en factura he historia a la mayoría de las producciones de películas que se hacen en nuestro país.
Podemos ver a actores consagrados interpretando en cortos, así como nuevos actores que gracias a estas obras de corta duración dan el salto al ansiado largometraje y demuestran así la valía.
Por otra parte creo que muchos directores de largometraje regresan de vez en cuando al cortometraje porque es mucho más accesible y les da la posibilidad de contar algo que en un largo tardarían años en ver acabado. Directores como Daniel Sánchez Arévalo o Javier Fesser nos deleitan de vez en cuando con nuevos cortometrajes que compiten como uno más en festivales de todo el mundo.
Tal vez lo que queremos con el largometraje es poder vivir de la industria, y que el público no se limite a más directores de cortos, pues lo cierto es que prácticamente el 90% de estos trabajos es consumido por los propios cortometrajistas o personas relacionadas con el medio (en este caso sería el 100%).
Llegar a las salas de cine y a un público “real” es el sueño de quienes contamos historias, por ello muchas veces la frustración de no poder dar el paso nos hace parecer cínicos en nuestras declaraciones. Pero lo cierto es que contar historias cortas es todo un arte. Y si alguna vez habéis escrito un guión de largometraje después de cientos para cortos, os daréis cuenta de lo maravilloso que es escribir con tiempo para que tu historia brille con plena luz.
El corto es maravilloso, ya sea con presupuestos altos o bajos… la posibilidad de contar historias y poder embaucar al público es simplemente sensacional, y creo que se le debería dar una oportunidad comercial para que al menos podamos amortizar los gastos, además de las plataformas de Movistar Plus o similares, introducir el corto en la parrilla televisiva, seguro que a mucha gente le engancharía ver historias sueltas, es cuestión de hábitos.
Que no te engañen, el corto NO es el hermano pequeño del largo, todo lo contrario, es el PADRE.