Estoy en la caja de un supermercado esperando a que me toque para pagar una ensalada y comer al momento. Delante de mí un tipo de unos 45 años que espera su turno detrás de una señora de unos 85 años que tiene problemas de audición, cosa que delata el audífono que lleva, y problemas con su compra.
La cajera le dice que con el dinero que lleva sólo puede comprar ciertas cosas, pero que entre la bolsa de naranjas, las peras y media papaya, sólo puede quedarse con las peras o las naranjas… la papaya es un lujo que la mujer no podrá permitirse.
Se ve que la señora no sabe manejarse con el dinero, pregunta cual niña comprando chucherías que le da con lo que lleva…. la cajera amablemente le explica de nuevo la situación y el tipo que espera su turno hace gestos de impaciencia y pone caras que yo califico de idiota.
Finalmente la señora se queda con la bolsita de peras y deja las naranjas y la papaya. Le da justo para eso, coge su carrito y tirando de el se aleja por la puerta que da directamente a la calle.
El tipo impaciente paga rápidamente y se marcha.
Me toca, pongo mi ensalada en la mesa y le pregunto cuanto cuesta lo que la señora a dejado. Me dice que 5,95€ y le digo que me lo ponga, que se lo pago yo. No se si tendré 6 euros en la tarjeta, pues a estas alturas de mes ya ando mal.
La chica me pasa la fruta por el escáner y sonriente desvía un momento la mirada para ver quien soy. Su sonrisa se torna en un gesto de ternura, se emociona empañando sus ojos y sin decir nada pasa mi tarjeta, es aceptada y respiro tranquilo.
Salgo corriendo y grito a la señora:
– ¡Señora! – se gira y me mira, le digo – No se va a ir usted sin sus naranjas y su papaya… – sonríe tímidamente y me pregunta sin apartar la mirada de mis ojos – ¿Por qué? – a lo que respondo sonriente – Por qué yo quiero.
La señora coge la bolsa, y su sonrisa al igual que la de la cajera, se torna en un gesto de emoción, – Gracias – me dice, a lo que contesto un -«No hay de que»- con el que también me despido.
Doy unos pasos y su voz vuelve a oírse con un «Gracias», me giró y la despido con la mano sin que me falte la sonrisa.
Lo cierto es que todo esto me lleva a una única conclusión:
Si realmente algo tan normal como este gesto con una anciana que denota no llegar a fin de mes con su pensión, es motivo de emoción… es que hay una clara falta de humanidad que desconocía. Y me da vergüenza y pena.